martes, 2 de noviembre de 2010

CUENTOS

CUENTOS SELECCIONADOS POR INTEGRANTES DEL SEMINARIO "LECTORES NARRADORES SOCIALES" DE MARIA HEGUIZ. VIEDMA

Póngale la firma

Florencio se lo contó en secreto a doña Rosario, cuando el sol aún luchaba por despabilarse: Vio doña Rosario, Matute viajó a Buenos Aires a hacerse unos estudios.
Doña Rosario se lo dijo a  la Beba: Parece que el Matute tiene algo malo.
La Beba mientras barría la vereda llamó al gringo Pierdomini, que andaba paseando al perro, y le dio la novedad: Matute tiene cáncer.
El gringo salió deseoso de encontrarse con alguien. Entró a la farmacia, se subió a la balanza y comentó como al descuido: Pobre Matute, cáncer de pulmón… tan joven. Y así como llegó se fue detrás de su perro.
Al mismo tiempo que atendía a sus clientes, el boticario reflexionó sobre la importancia de no fumar, o dejar a tiempo el vicio, para que a nadie le pase como a Matute, a quien un cáncer lo estaba matando –según su opinión- fatalmente.
Angelito lo escuchó y salió disparado para el taller de Morales. Allí llegó con la primicia: Muchachos, Matute está listo. Un cáncer le está comiendo los pulmones a dentelladas. Después se sentó a preparar unos matecitos, y a escuchar los comentarios de los presentes, que a esa hora de la mañana eran más de diez.
Aristóteles Arias explicó, con sobrada solvencia, que cada cigarrillo fumado representa un minuto menos de vida. Todos se pusieron a sacar cuentas inmediatamente, concluyendo en que al Matute podrían quedarle en este mundo unos treinta segundos; y con mucha suerte…
Pasado el mediodía se fueron yendo a sus casas, con la promesa de encontrarse –a la tardecita- en el velorio.

Lagarejo, Armando Luis  Póngale la firma  en Leer la Argentina 2005, Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de la Nación. Eudeba (p. 18/19)
Alejandra López (ale-lopez@speedy.com.ar)

Las costumbres del murciélago y la gaviota
Hace mucho, mucho tiempo el murciélago vivía de día y era muy amigo de la gaviota. Una primavera, se les ocurrió hacer juntos un viaje por mar. Con sus ahorros, llegaron a pagar el boleto del barco. Pero como necesitaban más dinero para usar en los lugares a los que irían, el murciélago le pidió un prestado al lobo, y la gaviota juntó una bolsa con cobre. Así, emprendieron el viaje.
Después de navegar durante una semana, ocurrió algo terrible: el barco naufrago a causa de una tormenta. Por suerte, todos los pasajeros, consiguieron salvar sus vidas, pero perdieron el equipaje que llevaban.
Desde ese naufragio comenzaron a suceder hechos extraños, que para nosotros son acontecimientos comunes y corrientes.
La gaviota, por ejemplo, se la pasa sumergiéndose en las aguas tratando de hallar el cobre. Mientras tanto el murciélago ya no sale de día, porque tiene miedo de encontrarse con el lobo y que le reclame la gran suma de dinero que le debe.

                               Leyenda (anónimo), “Mi libro de 3º”, Santillana. 

La soga

A Antoñito López le gustaban los juegos peligrosos: subir por la escalera de mano del tanque de agua, tirarse por el tragaluz del techo de la casa, encender papeles en la chimenea. Esos juegos lo entretuvieron hasta que descubrió la soga, la soga vieja que servía otrora para atar los baúles, para subir los baldes del fondo del aljibe y, en definitiva, para cualquier cosa; sí, los juegos lo entretuvieron hasta que la soga cayó en sus manos. Todo un año, de su vida de siete años, Antoñito había esperado que le dieran la soga; ahora podía hacer con ella lo que quisiera. Primeramente hizo una hamaca colgada de un árbol, después un arnés para el caballo, después una liana para bajar de los árboles, después un salvavidas, después una horca para los reos, después un pasamano, finalmente una serpiente. Tirándola con fuerza hacia delante, la soga se retorcía y se volvía con la cabeza hacia atrás, con ímpetu, como dispuesta a morder. A veces subía detrás de Toñito las escaleras, trepaba a los árboles, se acurrucaba en los bancos. Toñito siempre tenía cuidado de evitar que la soga lo tocara; era parte del juego. Yo lo vi llamar a la soga, como quien llama a un perro, y la soga se le acercaba, a regañadientes, al principio, luego, poco a poco, obedientemente. Con tanta maestría Antoñito lanzaba la soga y le daba aquel movimiento de serpiente maligna y retorcida que los dos hubieran podido trabajar en un circo. Nadie le decía: “Toñito, no juegues con la soga.”
La soga parecía tranquila cuando dormía sobre la mesa o en el suelo. Nadie la hubiera creído capaz de ahorcar a nadie. Con el tiempo se volvió más flexible y oscura, casi verde y, por último, un poco viscosa y desagradable, en mi opinión. El gato no se le acercaba y a veces, por las mañanas, entre sus nudos, se demoraban sapos extasiados. Habitualmente, Toñito la acariciaba antes de echarla al aire, como los discóbolos o lanzadores de jabalinas, ya no necesitaba prestar atención a sus movimientos: sola, se hubiera dicho, la soga saltaba de sus manos para lanzarse hacia delante, para retorcerse mejor.
Si alguien le pedía:
—Toñito, préstame la soga.
El muchacho invariablemente contestaba:
—No.
A la soga ya le había salido una lengüita, en el sito de la cabeza, que era algo aplastada, con barba; su cola, deshilachada, parecía de dragón.
Toñito quiso ahorcar un gato con la soga. La soga se rehusó. Era buena.
¿Una soga, de qué se alimenta? ¡Hay tantas en el mundo! En los barcos, en las casas, en las tiendas, en los museos, en todas partes... Toñito decidió que era herbívora; le dio pasto y le dio agua.
 La bautizó con el nombre Prímula. Cuando lanzaba la soga, a cada movimiento, decía: “Prímula, vamos Prímula.” Y Prímula obedecía.
Toñito tomó la costumbre de dormir con Prímula en la cama, con la precaución de colocarle la cabecita sobre la almohada y la cola bien abajo, entre las cobijas.
 Una tarde de diciembre, el sol, como una bola de fuego, brillaba en el horizonte, de modo que todo el mundo lo miraba comparándolo con la luna, hasta el mismo Toñito, cuando lanzaba la soga. Aquella vez la soga volvió hacia atrás con la energía de siempre y Toñito no retrocedió. La cabeza de Prímula le golpeó el pecho y le clavó la lengua a través de la blusa.
 Así murió Toñito. Yo lo vi, tendido, con los ojos abiertos.
La soga, con el flequillo despeinado, enroscada junto a él, lo velaba.

Silvina Ocampo, en Cuentos difíciles, Buenos Aires, Ediciones Colihue, 2007
César Gabriel Rosales (cgrsales@hotmail.com)

Rescata tu estrella
Durante algunos días se desató una tormenta tan poderosa que parecía que el cielo quisiera sumergir a la tierra y el mar estaba tan agitado que parecía que deseaba tragarse la playa, el ultimo día del fenómeno, la furia de la tormenta se desató en toda su extensión, al día siguiente amaneció en una calma extraordinaria, el color del mar era de un azul turquesa indescriptible, un arco  iris partía de la playa y se perdía en la inmensidad del mar, durante la noche fueron arrojadas de su elemento vital, miles, tal vez millones de estrellas que inevitablemente agonizaban por no estar en su medio natural, un pescador al ver tal espectáculo empezó desesperadamente a devolverlas al mar gritaba pidiendo ayuda a otras personas que también observaban con sorpresa ese amanecer y se rey se reían de él, uno de ellos irónicamente le reclamó la inutilidad de su esfuerzo: - “para que pides ayuda, que no te das cuenta que son miles, no tiene ningún caso, no acabaríamos nunca, inevitablemente van a morir – “ el hombre que se empeñaba en salvarlas se detuvo un instante, reflexiono observando detenidamente la estrella que tenía en la mano y exclamó: “ esta estrella sí va a vivir” y la lanzó al mar.
Claudia Beltran (claudiad.beltran@gmail.com)

Cuento seleccionado de ELSA RODRIGUEZ
elsa rodriguez (elsanoro@hotmail.com)
Autor: Mario A. Albasini.
Tiempo: 6 minutos aproximadamente.
Colección: libros del malabarista.
Ediciones colihue, bs. As.

UNA CAJA NO ES VIDA PARA UNA PULGA.

El locutor del circo, que parecía un general, exclamó:
-      ¡aquí esta Juan y su pulga amaestrada!
Juan tomó una cajita y salió a la pista.
Aplausos.
Juan abrió la caja y juanita, que así se llamaba la pulga, saltó a la mesa.
Lucía una pollerita llena de volados y lentejuelas.
Juanita saludo al público con una reverencia y la sonrisa más grande que le puede caber en la cara a una pulga.
Pero a pesar de su sonrisa, no era feliz. Era tan chiquita su vida. Era tan pequeña su caja. Mientras agradecía los aplausos, pensaba: “una caja no es vida para una pulga”.
Dijo Juan:
-a ver, juanita, muestre al distinguido publico como baila el tango.
Y juanita bailó.
Más aplausos.
Grandes aplausos.
 -a ver, Juanita, demuestre cómo sabe saltar a la soga.
Y Juanita saltó.
Grandes aplausos.
-a ver, Juanita, todos quieren escuchar cómo toca la flauta.
Y Juanita tocó la flauta.
Estruendosos aplausos.
-y ahora, Juanita para finalizar, a ver cómo imita a un elefante.
Y Juanita imito a un elefante.
Aplausos, vivas, vítores, hurras, aclamaciones coronaron la actuación de la pulga maravillosa.
Después, la función continuó. Juan y juanita habían tenido un gran éxito y parecían contentos.
Pero no lo estaban.
Juan, que con tanto cariño había educado a Juanita, no recibía otra satisfacción que los aplausos del público. El dueño del circo le pagaba apenas lo necesario para comer; el carromato donde se alojaba era viejo y húmedo y estaba siempre en el último rincón del terreno. Pero Juan no se quejaba para no preocupar a Juanita. ¡La quería tanto!
Juanita tampoco estaba contenta. Ella pensaba:
“esto no es vida para una pulga. Una caja es un mundo demasiado pequeño para mí.
Una pulga debe ir de perro en perro, saltar, ir por el mundo, sentir el viento que le hiela las mejillas y el sol que le quema las espaldas. Una debe escuchar el murmullo de las aguas del arroyo y el rugido de los motores de los autos.  Una pulga debe correr los riesgos de ser libre. ¡Una caja no es vida para una pulga!”
Y entonces, aunque lo quería mucho a Juan, se decidió. Levanto despacito la tapa de la caja, lo beso a Juan, que estaba durmiendo, y salio a la calle.
La brisa le dio en la nariz y le hizo pensar que no se había equivocado. Paso un perro y ¡zas!, verlo y saltar fue todo uno.     ¡Por fin un perro suyo, un pelaje tibio, un lomo donde recorrer el mundo!
En el lomo se encontró con otras pulgas.
-queridas hermanas- les dijo.
- ¡fuera de aquí!- gritaron ellas. Este no es tu perro. No es tan fácil conseguir perro para que venga uno de afuera a compartirlo.
Se sintió sola. ¿A dónde podría ir? ¿Volvería al circo? No. una caja no es vida para una pulga.
Llovía torrencialmente. Paso alguien, un humano, y juanita dio un salto y se fue con el.
“¿este será como Juan? Se le parece bastante.
¡Y yo lo extraño tanto!”
El hombre llego a su casa y quiso darse un baño bien caliente. Juanita casi se quema viva.
¿¡Y el jabón!?
Le entró en los ojos y no sabia como detener el ardor.
Se arreglo como pudo. Después, sintió hambre. ¡Para que! El hombre empezó a rascarse. Las piernas, la cabeza, los brazos, los pies...y juanita, como perro en cancha de bocha. Hasta que una uña le hirió la espalda. ¡Que dolor!
Como pudo escapo de sus garras y llego a la calle.
Pensó en el circo, en Juan. ¿Volver al circo? No.
Una caja no es vida para una pulga.
En ese momento paso el gato.
No era un gato cualquiera. Era un gato de esos bañados, perfumados y un moño en el cuello.
No iba caminando. Lo llevaba en sus brazos una dama tan perfumada y moñuda como él.
Vivian en una casa llena de almohadones. El gato que se llamaba Felipe, también tenía su almohadón en fondo de una cesta. Dormía todo el día. Comía y volvía a dormir.
Pero, después, juanita descubrió que Felipe era bastante sabandija. Por las noches se escapaba por la ventana de la cocina. Y allá iba juanita, montada en su lomo, acompañándole a maullar y a pelear a los arañazos con todo el gaterío del barrio.
Una vez, el zapatazo de un vecino le dio en la cabeza. Estuvo desmayada cinco minutos.
Pero lo que la decidió abandonar a Felipe fue otra cosa. Estaba la señora acariciando al minino sobre su falda cuando la descubrió.
-      ¡una pulga! ¡una pulga! ¡pobre michi! ¡una pulga! En un instante la dama ya avanzaba con un envase gigante de insecticida. Huyo despavorida. Cuando se dio vuelta, una mortal nube blanca envolvía al gato. Suspiro hondo.
“una caja no es vida para una pulga. Pero me vuelvo con Juan”.
Varios días pasaron hasta que localizó al circo.
En la puerta un cartel decía: “hoy no actúa la pulga amaestrada”.
No necesito entrar. En ese momento Juan salía con su valija. Desde adentro se oyó una voz:
-andate y no vuelvas más. Sin la pulga no servís para nada.
Juanita se le subió al hombro y le dio un beso.
-¡hola juanita! ¡Linda juanita! No sabe lo que me ha pasado. Desde que te fuiste el dueño me quería echar. Hace un rato Salí a dar una vuelta y al regresar, encontré la puerta cerrada con candado y la valija tirada junto a la puerta. Pero ahora la cosa cambio. Podemos trabajar juntos otra vez.
Vamos, volvamos al circo -¡no, al circo no!
-¿Por qué?
-¿a vos te gusta vivir en una caja? a mi no.                             Juan se rió. Fue una carcajada llena de ganas.
- no. A mi tampoco. Se fueron caminando por la calle.
Juanita en el hombro de Juan y ella cada tanto le decía:
- una caja no es vida para una pulga.


La tejedora
Se despertaba cuando todavía estaba oscuro, como si pudiera oír al sol llegando por detrás de los márgenes de la noche. Luego, se sentaba al telar.
            Comenzaba el día con una hebra clara. Era un trazo delicado del color de la luz que iba pasando entre los hilos extendidos, mientras afuera la claridad de la mañana dibujaba el horizonte.
            Después, lanas más vivaces, lanas calientes iban tejiendo hora tras hora un largo tapiz que no acababa nunca.
            Si el sol era demasiado fuerte y los pétalos se desvanecían en el jardín, la joven mujer ponía en la lanzadera gruesos hilos grisáceos del algodón más peludo. De la penumbra que traían las nubes, elegía rápidamente un hilo de plata que bordaba sobre el tejido con gruesos puntos. Entonces, la lluvia suave llegaba hasta la ventana a saludarla.
            Pero si durante muchos días el viento y el frío peleaban con las hojas y espantaban los pájaros, bastaba con que la joven tejiera con sus bellos hilos dorados para que el sol volviera a apaciguar a la naturaleza.
            De esa manera, la muchacha pasaba sus días cruzando la lanzadera de un lado para el otro y llevando los grandes peines del telar para adelante y para atrás.
            No le faltaba nada. Cuando tenía hambre, tejía un lindo pescado, poniendo especial cuidado en las escamas. Y rápidamente el pescado estaba en la mesa, esperando que lo comiese. Si tenía sed, entremezclaba en el tapiz una lana suave del color de la leche. Por la noche, dormía tranquila después de pasar su hilo de oscuridad.
            Tejer era todo lo que hacía. Tejer era todo lo que quería hacer.
            Pero tejiendo y tejiendo, ella misma trajo el tiempo en que se sintió sola, y por primera vez pensó que sería bueno tener al lado un marido.
            No esperó al día siguiente. Con el antojo de quien intenta hacer algo nuevo, comenzó a entremezclar en el tapiz las lanas y los colores que le darían compañía. Poco a poco, su deseo fue apareciendo. Sombrero con plumas, rostro barbado, cuerpo armonioso, zapatos lustrados. Estaba justamente a punto de tramar el último hilo de la punta de los zapatos cuando llamaron a la puerta.
            Ni siquiera fue preciso que abriera. El joven puso la mano en el picaporte, se quitó el sombrero y fue entrando en su vida.
            Aquella noche, recostada sobre su hombro, pensó en los lindos hijos que tendría para que su felicidad fuera aún mayor.
            Y fue feliz por algún tiempo. Pero si el hombre había pensado en hijos, pronto lo olvidó. Un vez que descubrió el poder del telar, sólo pensó en todas las cosas que éste podía darle.
            —Necesitamos una casa mejor— le dijo a su mujer. Y a ella le pareció justo, porque ahora eran dos. Le exigió que escogiera las más bellas lanas color ladrillo, hilos verdes para las puertas y las ventanas, y prisa para que la casa estuviera lista lo antes posible.
            Pero una vez que la casa estuvo terminada, no le pareció suficiente.
—¿Por qué tener una casa si podemos tener un palacio?— preguntó. Sin esperar respuesta, ordenó inmediatamente que fuera de piedra con terminaciones de plata.
            Días y días, semanas y meses trabajó la joven tejiendo techos y puerta, patios y escaleras y salones y pozos. Afuera caía la nieve, pero ella no tenía tiempo para llamar al sol. Cuando llegaba la noche, ella no tenía tiempo para rematar el día. Tejía y entristecía, mientras los peines batían sin parar al ritmo de la lanzadera.
            Finalmente el palacio quedó listo. Y entre tantos ambientes, el marido escogió para ella y su telar el cuarto más alto, en la torre más alta.
            —Es para que nadie sepa lo del tapiz —dijo. Y antes de poner llave ala puerta le advirtió: —Faltan los establos. ¡Y no olvides los caballos!
            La mujer tejía sin descanso los caprichos de su marido, llenando el palacio de lujos, lo cofres de monedas, las salas de criados. Tejer era todo lo que hacía. Tejer era todo lo que quería hacer.
            Y tejiendo y tejiendo, ella misma trajo el tiempo en que su tristeza le pareció más grande que el palacio, con riquezas y todo. Y por primera vez pensó que sería bueno estar sola nuevamente.
            Sólo esperó a que llegara el anochecer. Se levantó mientras su marido dormía soñando con nuevas exigencias. Descalza, para no hacer ruido, subió la larga escalera de la torre y se sentó al telar.
            Esta vez no necesitó elegir ningún hilo. Tomó la lanzadera del revés y, pasando velozmente de un lado para otro, comenzó a destejer su tela. Destejió los caballos, los carruajes, los establos, los jardines. Luego destejió a los criados y al palacio con todas las maravillas que contenía. Y nuevamente se vio en su pequeña casa y sonrió mirando el jardín a través de la ventana.
            La noche estaba terminando, cuando el marido se despertó extrañado por la dureza de la cama. Espantado, miró a su alrededor. No tuvo tiempo de levantarse. Ella ya había comenzado a deshacer el oscuro dibujo de sus zapatos y él vio desaparecer sus pies, esfumarse sus piernas. Rápidamente la nada subió por el cuerpo, tomó el pecho armonioso, el sombrero con plumas.
            Entonces, como si hubiese percibido la llegada del sol, la muchacha eligió una hebra clara. Y fue pasándola lentamente entre los hilos, como un delicado trozo de luz que la mañana repitió en la línea del horizonte. 

Marina Colasanti, “La tejedora”, en Cuentos breves latinoamericanos. Antología para jóvenes. México: SEP/ Cidcli, Libros del Rincón, 2002, p. 36.
Glauh Castro (glauh_28@hotmail.com)
Gladys Castro
de Luis María Pescetti
"RESPONSABILIDAD ESTETICA"

Mirá, Valeria, me tenés repodrido. Si sabés que me gustás, ¿¡por qué no me hablás por teléfono, eh!? ¿¡Qué te pensás!? ¿¡Querés que me quede toda la tarde al lado del teléfono como un tarado!? El otro día, por ejemplo, el lunes, me moría de ganas de que me llamaras. ¡Y ni me hablaste!  Entonces resulta que no fui ni a jugar con los chicos, ni al club, ni a nada. ¡Al divino botón! ¡Porque no sonó el teléfono ni con una llamada equivocada! ¿¡Qué te creés!? ¿¡Te creíste mucho!? Sabés que sos muy linda, entonces tendrías que fijarte un poco, porque es como cuando alguien es muy fuerte: si no cuida cómo usa los músculos, capaz que le da un empujón a alguien, y no quiere hacerle nada, pero al otro lo tira al piso. O da la mano para ser amable y al otro le deja los huesos como un trapo torcido.Es lo mismo, ¿entendés? Porque vos sos linda, entonces tenés que tener un poco de cuidado, porque sin querer podés, no te digo lastimar, porque no es igual igual, pero más o menos, ¿te das cuenta? Tal vez lo hacés sin querer, o no hacés nada, pero igual tendrías que prestar atención porque yo te cruzo enfrente y a lo mejor a vos no te pasa nada, pero vos me pasás enfrente y me quedo todo así. Parezco la momia, ¿entendés? Poné un poco de tu parte, también. Por eso no es lo mismo. Ahora que te expliqué y lo entendiste, fijate. Yo no te voy a decir nada, pero hoy me gustaría que me llames. Así que no esperes que te hable yo.


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Lo tomé de uno de los libros del Plan que están en la Biblioteca del maestro.
Surgió un obstáculo: yo no soy socia de esa biblioteca ni lo puedo ser. Finalmente, me facilitaron el libro para hacer una fotocopia, bajo entrega del documento. Pero no voy a poder tener el libro en mano en el momento de la videoconferencia.
Les pregunto: estos materiales (los del Plan) estarán en alguna otra biblioteca?, pueden uds. facilitar algún mecanismo para que pueda tener acceso al material al menos mientras dure el curso?
Bien, pero no se hagan problema, estos materiales están muy buenos pero debe haber muchos otros interesantes.
Por cierto ¡gracias por hacerme leer! ¡Tomé contacto con textos maravillosos!!



Historia de Ratita
Versión libre de un tema del Panchatantra

Laura Devetach

Monigote en la arena
Editorial: libros del Malabarista
Página 12

Había una vez una ratita gris que vivía con sus papás en una cueva tan tibia, y tan cerrada, que un día tuvo ganas de salir. Y salió.
Y se quedo un rato encantada en la puerta de la cueva, porque el mundo le parecia mas lindo que un jardín de quesitos. Despacio, se puso a explorar, a oler, a mordisquear, a hacer tumba cabezas a conocer.
Y Ratita sintió que no hay nada más lindo que descubrir el mundo pasito a paso.
Bailó con una hoja. Patinó sobre un papel de chocolatín. Fumó un cigarrillo de pasto. Se puso anteojos de papel de caramelo. Tomó mate en una flor de campanilla color lila. Se adornó con aros de arroz.
Y le dieron unas ganas bárbaras de ponerse de novia.
Cuando vio al sol del amanecer, tan redondo, tan naranja con luz, le dijo:
 -señor sol, usted es muy buen mozo. ¿Quiere ser mi novio?
-¡como no! –dijo el sol, porque la ratita le pareció preciosa-,te cubriré con mis hilos de oro y todo el mundo será sol par los dos.
-¡Ah, no! Dijo la Ratita. - así no vale. El mundo es más que eso.
¿Qué haría yo en un mundo todote sol? Bastante tuve ya con un mundo todo de cueva.
-¡Que lástima! –Dijo el sol.-Te presentaré a nubarrón, que a veces me tapa, y no es tan sol como yo. A lo mejor te gusta.
-Bueno, gracias- dijo Ratita.
Y se sentó a esperar hamacándose en una violeta.
Llego el nubarrón, vestido de gris.
A Ratita le gusto muchísimo porque a veces tenía forma de helados, a veces de calesita y a veces de dibujo que no se entiende.
- Señor Nubarrón- Dijo Ratita-, usted es muy buen mozo. ¿Quiere ser mi novio?
-¡como no! – dijo Nubarrón, por que la Ratito le pareció preciosa. Te envolveré  en mi capa fluflú y todo el mundo será nube para los dos.-¡ ah , no! –Dijo Ratita-. Así no vale ¿Qué haría yo en un mundo todo de nube?
-¡Que lástima! Te presentaré al viento que a veces me  empuja por el cielo.
A lo mejor te gusta.
-Bueno, gracias- Dijo Ratita.
Y se sentó a esperar recostada en un maní.
Llego el viento soplando flautas. A Ratita le gustó muchísimo por que se movía  bailando a la moda.
-         Señor viento- Le dijo-, Usted es muy buen mozo. ¿quiere ser mi novio?
-          -¡como no! –dijo el viento, porque la ratita le pareció preciosa-Te haré cosquillas en el pelo, y todo el mundo será viento para los dos-
 -¡Ah, no! Dijo Ratita. - así no vale. El mundo es más que eso.¿ Que haría yo en un mundo todo de viento?
- ¡Que lástima!- Dijo el viento-. ¿Por que no vas a buscar al muro, que a veces me detiene en mi vuelo? A lo mejor te gusta – Bueno, gracias- Dijo Ratita, y se fue hasta el muro.
El muro sonrió quieto, quieto, derecho, derecho.
Estaba hermoso.
A Ratita le gusto por que tenía un monigote dibujado, justo a la altura de un chico.- 
-         Señor muro- Le dijo-, Usted me gusta. ¿quiere ser mi novio?
 -¡como no! –Dijo el muro, porque la ratita le pareció preciosa-Te esconderé en un huequito de mis ladrillos y todo el mundo será muro para los dos.
-¡Ah, no! Dijo Ratita. - así no vale. El mundo es más que eso.¿ Que haría yo en un mundo todo de muro?
-¡Que lástima!- dijo el muro.
Y siguió quieto, quieto, derecho, derecho.
-Me parece que así no voy a encontrar novio – Pensó Ratita-.
-Lo que pasa es que ni el sol, ni el nubarrón, ni el viento, ni el muro, tiene una colita como la mía, ni un corazón que hace tipi tepe.
Yo  me equivoque.
Y pensando así camino y camino por el sendero de las margaritas. De repente llego a un lugar donde había muchísimos ratones color café que la saludaron amablemente diciendo: ¿Cómo te va?.
Ratita paseó contenta por el barrio hasta que vio a Ratón Ratón.
Estaba fabricando muebles con fósforos y tapitas de botellas.
A la ratita le gusto muchísimo como silbaba y llevaba el compás con la cola.
-¡Hola!  Saludo Ratón Ratón
-¡Hola saludo Ratita y se acercó para mirar los trabajos.
Y sintió que al lado de Raton Raton se estaba muy bien.
- Me alegro de verte- Dijo Raton Raton  y también sintió que al lado de Ratita se estaba muy bien.
-¿Podríamos ponernos de novios? Preguntaron los dos juntos.
Y los dos juntos contestaron que si y se dieron un beso con muchísimo cariño. Después siguieron explorando y descubrieron el mundo pasito a paso.
Ratita se hizo una hamaca de plumas. Raaton aprendió a saltar de rama en rama como Tarzán. Ratita pinto cuadros con la punta de la cola.
Y los dos juntos aprendieron a contarse cosas. Y los dos junto a  ser papás. Tuvieron hijos y le dieron una cueva tibia, pero con una puerta fácil de abrir, para cuando pudieran salir a conocer el mundo pasito a paso, cuando tuvieran ganas.        
Maria del cielo Tailmitte (tacielo@hotmail.com)
  
Un cuento de gatos

Esta es la historia del gato negro, que tenia la cola blanca, y de la gata blanca que tenia la cola negra. El gato negro quería tener su cola negra, y la gata blanca su cola blanca.
       Fueron a la casa del carpintero.
        -buenos días, señor carpintero.
         -yo soy un gato negro de cola blanca y ella una gata  blanca de cola negra. ¿Quiere cambiarnos  las colas?
         -oh, no se puede, por que no tendría con que pegarlas. Vayan a casa del tejedor. Y los gatitos fueron a casa del tejedor.
         -buenos días, señor tejedor. Yo soy un gato negro que tiene a  cola blanca y ella una gata  blanca que tiene la cola negra. ¿No podría tejernos para mí una cola negra y para ella una cola blanca?
        -oh, no puedo-dijo el tejedor-los gatitos son muy juguetones y si encuentran la pinta de la lana la destejen. Vayan a la casa del teñidor.
                   Y los gatitos fueron  ala casa del teñidor.
          - Buenos días, señor teñidor. Yo soy un gato negro que tiene a  cola blanca y ella una gata  blanca que tiene la cola negra. ¿No podría teñirnos las colas?
           - ¡como no!-dijo el teñidor –y se las tiño.
        Muy contentos salieron el gatito negro con su cola blanca y la gatita blanca con su cola blanca.
        Pero cuando llegaron a su casa, la mamá no los dejo entrar.
         -oh, ¡no! Ustedes no son mis gatitos, yo tengo un gato negro de cola blanca y una gata blanca de cola negra. No, váyanse, ustedes no son mis gatitos.
          Y los gatitos se fueron  a llorar su miau, miau, al tejado.
           Esa noche llovió, y el agua les destiño las colas.
           Volvieron a sus casas, y la mamá los recibió con alegría.
            Y volvieron a ser felices, el gato negro con su cola blanca y la gata blanca con su cola negra.
         Y colorin …………


Autora: Noelia Otero

Libro: el cuento maravilloso infantil y su sintaxis narrativa. Mabel V. M. de Rosetti

Editorial plus ultra
Tradición de los mapuches.

LA CIUDAD ENCANTADA

  “No subas al Lanín”, le había dicho un paisano, pero subió igual, o intentó subir. Él no era de esta tierra, no podía saber.
  Dicen que es peligroso, que el volcán respira un encanto de mucho tiempo. Hay una ciudad ahí de la que no se puede salir.
  Él intentó escalar y se vino la tormenta. Viento y nieve y mucho barullo de remolinos dicen que trajo y que lo arrojó otra vez al pie del cerro. Pero insistió y al subir vio  la entrada de un puente, un puente muy raro que no había visto antes. Y empezó a cruzarlo, aunque no debiera haberlo hecho. Parece que allí el atardecer repite el aire de otros cielos o tal vez es el mismo de cuando uno era chico, y había senderos y atajos que descubrir entre el tejido enano de la maleza que te llama. Y sin saber adónde  va ese camino uno debiera pensar que es posible perderse, pero sigue, sin saber por qué, hasta el resplandor del pueblo al final de la calle, hasta ese olor a pan recién horneado y la cabeza de las mujeres tras las ventanas atendiendo el quehacer de la casa sobre las mesas de campo.
  “El hombre no volvió”, dijo el paisano. En vano lo buscaron los que sabían en qué lugares podía estar. Pero no volvió. Debe haber quedado para siempre por los caminos de esa ciudad, dentro de un tiempo que no es este tiempo, viviendo un mundo que no es de este mundo.
  Nadie puede nacer ni morir en ese sitio porque el tiempo no se mueve; todo está como el día en que la ciudad se perdió y así va a permanecer, porque está encantada. A veces se agrieta un poco el aire y uno puede asomarse al comienzo de ese puente que se abre como un secreto que invita. Uno puede entrar o no, porque la ciudad está como entre dormida, esperando. Pero poco después ya no hay nada y uno tiene que imaginarla desde las pocas cosas que los otros cuentan, porque yo no la vi.
  Los que la vieron saben que es una ciudad que tuvo sus amaneceres y sus épocas de parición y sus historias de familias y de amigos. Los niños juegan todavía en la arena clara del verano, se los ve jugar. Y se oye ladrar los perros cerca de la casa de piedra y el balido de los piños que cruzan la neblina. Los que la vieron dicen; yo todavía no la vi.

Del amor nacen los ríos, María Cristina RAMOS- Editorial Sudamericana. 1998
(Edad sugerida: a partir de los 9 años)


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