miércoles, 30 de junio de 2010

Otras versiones de cuentos

Cuentos en verso para niños perversos

| Reseñas de libros | 29/6/10
Cuentos en verso para niños perversos
Roald Dahl
Ilustraciones de Quentin Blake.
Traducción de Miguel Azaola.
Adaptación de la traducción: Equipo Alfaguara.
Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 2008. Colección Especiales Álbum.

Revolting Rhymes es el título original de este libro de Roald Dahl editado por primera vez en Gran Bretaña en 1982 con las ilustraciones de Quentin Blake. El libro reúne un conjunto de versiones paródicas de algunos de los cuentos tradicionales más conocidos: “La Cenicienta”; “Juan y la habichuela mágica”; “Blancanieves y los siete enanos”, “Rizos de Oro y los tres osos”; “Caperucita Roja y el lobo”; “Los tres cerditos”. Fue traducido al español con el título de Cuentos en verso para niños perversos (Madrid, Ediciones Altea, 1985) por Miguel de Azaola (1), y desde entonces tuvo innumerables reediciones en España. Veintitrés años después de su traducción española es editado en Argentina y de este modo uno de los libros más impactantes del reconocidísimo autor galés resulta accesible al público de nuestro país.
La edición argentina del libro conserva la traducción de Miguel Azaola, con algunas pocas modificaciones destinadas a superar distancias lingüísticas con el español de la península.
La carga humorística del libro no sólo se asienta en su contenido, buena parte del efecto risueño es consecuencia del juego con la métrica y la rima. De allí que el traductor se haya visto, podría decirse, en la obligación de versificar con rima también en español. Sin embargo, como él mismo lo señala, esta decisión significó prácticamente la recreación del texto de Dahl. En inglés el verso utilizado por el autor es de nueve sílabas, mientras Azaola decidió utilizar el endecasílabo que permitía “la flexibilidad imprescindible para respetar otro factor original de comicidad (…): la sucesión de pareados.” (2)
El título en inglés, que podría traducirse en algo así como: Rimas Repugnantes o Poemas Vomitivos, fue modificado por el traductor, según él mismo señala, por temor al rechazo de los adultos españoles y su posterior fracaso comercial (3). Sin embargo, la elección de Azaola no resulta mucho más “suave” que la original, incluso hoy, para los adultos que se encuentran por primera vez con este libro. Es que el libro de Dahl no busca precisamente la mesura ni la condescendencia con lo que se supone “adecuado” desde la óptica de muchos adultos en un libro para niños, y así lo declara desde las primeras líneas del cuento “La Cenicienta”:
“«¡Si ya nos la sabemos de memoria!»,
dirán. Y, sin embargo, de esta historia
tienen una versión falsificada,
rosada, tonta, cursi, azucarada,
que alguien con la cabeza un poco rancia
consideró mejor para la infancia…”

Esta especie de breve prólogo inicial resulta lapidario respecto a una tradición: la de las habituales versiones infantiles de los relatos tradicionales. De manera humorística Dahl hace una denuncia respecto a la literatura ofrecida a los niños. Sus versiones paródicas implican una relectura crítica de un corpus de relatos pueriles y aniñados que subestiman a los lectores por el simple hecho de ser menores de edad. Lo que Dahl se propone dejar bien en claro desde un principio es que para él los niños son otra cosa, y también la literatura que para ellos escribe. La apelación directa al público desde la primera línea rechaza cualquier mediación.
La parodia tiene sus procedimientos, de entre los que se destaca la inversión, y de este modo personajes femeninos ingenuos y sumisos en las versiones tradicionales se convierten en jovencitas exigentes y sin escrúpulos. Caperucita es el caso más extremo de esta inversión del personaje. La ingenua niña víctima de los ardides del lobo se convierte en una asesina a sangre fría de lobos feroces y chanchitos indefensos.
Veamos a continuación la recreación del famoso diálogo entre la niña y el lobo:
“Llegó por fin Caperu a mediodía
y dijo: «¿Cómo estás, abuela mía?
Por cierto, ¡me impresionan tus orejas!».
«Para mejor oírte, que las viejas
somos un poco sordas». «¡Abuelita,
qué ojos tan grandes tienes!». «¡Claro, hijita!
Son los lentes nuevos que me ha puesto
para que pueda verte Don Ernesto
el oculista», dijo el animal
mirándola con gesto angelical
mientras se le ocurría que la chica
iba a saberle mil veces más rica
que el rancho precedente. De repente
Caperucita dijo: «¡Qué imponente
abrigo de piel llevas este invierno!».
El lobo, estupefacto, dijo: «¡Un cuerno!
O no sabes el cuento o tú me mientes:
¡Ahora te toca hablarme de
mis dientes!
¿Me estás tomando el pelo…? Oye, mocosa,
te comeré ahora mismo y a otra cosa».”

Toda parodia se constituye como imitación de un texto anterior. Esto es claro en el diálogo humorístico que la poesía de Dahl establece con el cuento tradicional. Distintos procedimientos como el uso de un lenguaje coloquial, la descontextualización de elementos, los anacronismos producen el efecto risueño de la parodia. Pero el diálogo paródico se intensifica aún más cuando el personaje del lobo hace explícita referencia al cuento original corrigiendo las intervenciones “desviadas” de Caperucita. La conciencia del personaje de la existencia de un cuento precedente al que supuestamente debe seguirse con fidelidad, supone un gesto metaficcional (4) de autoconciencia del relato y de las condiciones de su construcción. El lobo, personaje de ficción, parte de la historia, manifiesta un saber relativo a las reglas de construcción del cuento y lo pone en evidencia.
En el último cuento del libro, “Los tres cerditos”, Caperucita vuelve a protagonizar una escena metaficcional. Ante el inminente peligro de ser devorado, el tercer cerdito invita a la joven experimentada en lobos feroces a venir en su ayuda. Se produce entonces un diálogo telefónico entre dos personajes de dos cuentos distintos. Caperucita, dispuesta a “comprar trapos” atraviesa el bosque del cuento de los cerditos, nuevamente se enfrenta al lobo, y como en el desenlace de su propio cuento:
“volvió a sacarse el arma del corsé
y alcanzó al Lobo en punto tan vital
que la lesión le resultó fatal.”

Pero luego de este episodio, nos advierte el narrador:
“…Caperu luce últimamente
no sólo dos abrigos imponentes
de Lobo, sino un maletín de mano
hecho con la mejor… ¡PIEL DE MARRANO!”

El gesto iconoclasta de Dahl no se limita entonces a los recursos de la parodia. El humor negro, una de las formas más extremas del humorismo, la más sacrílega frente a las creencias y costumbres sociales, se hace presente también en estos relatos. El humor negro en el texto de Dahl se intensifica con la compañía de las magníficas ilustraciones de Quentin Blake. De este modo cuesta pensar en este libro con otras imágenes a las creadas por el habitual ilustrador de Dahl.
La siguiente escena corresponde a “La Cenicienta”, en el momento en que las hermanastras prueban el calzado. En ella puede observarse cómo texto e imagen se potencian entre sí produciendo el efecto hilarante del humor negro:
“El Príncipe dio un grito, horrorizado,
pero ella  gritó más: «¡Ha entrado! ¡Ha entrado!
¡Seré tu dulce esposa!». «¡Un cuerno frito!»
«¡Has dado tu palabra, Principito,
precioso mío». «¿Sí? —rugió su Alteza—.
¡Ordeno que le corten la cabeza!».
Se la cortaron de un único tajo
y el Príncipe se dijo: «Buen trabajo.
Así no está tan fea». De inmediato
gritó la otra Hermanastra: «¡Mi zapato!
¡Deja que me lo pruebe!». «¡Prueba esto!»,
bramó su Alteza real con muy mal gesto
y, echando mano de su leal espada,
la descocorotó de una estocada.
Cayó la cabezota en la moqueta,
dio un par de botes y se quedó quieta.”


Si un cuento tradicional infantil que se precie de tal debe llevar un mensaje edificante, Roald Dahl también cierra su cuento “Blancanieves y los siete enanos” con una enseñanza. En la versión de Dahl la jovencita ha ido a parar a la casa de siete divertidos jockeys de carreras, buenas personas pero jugadores empedernidos. Blanca decide ayudarlos en su pasión y consigue para ellos el espejo mágico de la reina. De este modo la princesa y los enanos protectores se convierten en “superbillonarios” ganando todas las apuestas gracias al “Espejo Parlanchín”. En las últimas líneas el narrador concluye para sus lectores:
“—de donde se deduce que jugar
no es mala cosa… si se va a ganar—.”

Los cuentos de Dahl recurren a la parodia y al humor negro como formas subversivas de un orden establecido, su objetivo es destruir una tradición para dar surgimiento a otra cosa: otro tipo de literatura pensada para otro tipo de lector. En esta línea podemos decir que Cuentos en verso para niños perversos busca establecer una nueva poética en los libros para niños. La literatura infantil recurre al humor paródico para pensarse a sí misma críticamente y a partir de allí proponer una renovación estético-literaria.


Notas

(1) Miguel Azaola fue director editorial, primero de Altea y luego de Alfaguara Infantil durante las décadas de los ‘70 y ‘80. Fue responsable de la edición, y también de la traducción en algunos casos, de numerosos títulos de literatura infantil y juvenil europea de indiscutible calidad que llegaron a nuestro país por aquellos años. Entre los autores que Azaola tradujo al español podemos nombrar a Arnold Lobel; Maurice Sendak; Quentin Blake; Rosemary Wells; Werner Holzwarth, entre otros.
(2) Sobre el trabajo de traducción de Azaola en el libro de Dahl se puede consultar: Azaola, Miguel. “Mi traducción perversa”. En: Peonza. Revista de literatura infantil y juvenil Nº 72/73; Santander (Cantabria, España), abril de 2005; pág. 50-57.
(3) Azaola, Miguel. “Mi traducción perversa”. Op. cit.; pág. 50-57.
(4) “Las historias metaficcionales colocan a los lectores en una posición distanciada en la que no pueden ’sumergirse’ puesto que no se les permite perder de vista el carácter artificial y convencional del texto y al problematizar la lectura (…) les hace conscientes de que están activamente implicados en la construcción del sentido.” Silva Díaz, María Cecilia. La metaficción como un juego de niños. Una introducción a los álbumes metaficcionales. Caracas, Banco del Libro, 2005. Colección Formemos Lectores. Pág. 4.
Fuente: Revista Imaginaria.
www.imaginaria.com.ar

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