jueves, 5 de abril de 2012

Murió Gustavo Roldán, un grande de la literatura para chicos

Me despido de Gustavo Roldán, con gran tristeza y lágrimas en el corazón. A través de sus cuentos formamos parte de su historia, siempre estará en el aire, en la memoria de todos los que lo hemos leído y narrado. Ñ

Revista de Cultura

Infantil y juvenil

 Martes 03 de abril de 2012, 18:03hs.

Considerado uno de los mayores autores de literatura infantil, falleció hoy en Buenos Aires a los 76 años por un cuadro de insuficiencia respiratoria.

Para él no había temas para lectores niños, sino que los grandes temas eran especialmente para ellos. “A los chicos les interesan las temáticas más fundamentales que les interesan a los grandes, no los temas tontos”, decía Gustavo Roldán. La mayoría de sus personajes son animales que viven en el monte, y cual si fueran personas, les pasan cosas y exponen los valores sociales que a Roldán le parecía importante destacar. Así aparecen zorros, sapos, tatúes, piojos, bichos colorados y ñandúes a través de los cuales aborda temas universales, como el amor, la amistad y la muerte.
Roldán nació en Saenz Peña, Chaco, en 1935. Criado en el monte, era Licenciado en Letras Modernas y trabajó como periodista, docente y editor de colecciones para chicos. Nunca respetó los márgenes. Fue justamente a fines de los ’80 cuando se originó un revuelo por La canción de las pulgas, parte de El Pajarito Remendado, donde siete pulgas cantan “pata, peta, pita, pota, puta”. Estaba en contra de la intención moralizante de la literatura para chicos. “Hay demasiados educadores –los padres, la policía, la escuela y las iglesias–; la función de la literatura es cualquier cosa menos esa. Que de paso también educa, sí, pero esa no es su función”, dijo el año pasado a Ñ digital en la presentación de su libro El último dragón para integrar las colecciones Torre de Papel y Zona Libre 2011 de la editorial Norma.
Roldán escribió más de sesenta libros para chicos, entre los que se encuentran El día de las tortugas, Historia de Pajarito Remendado -que dio lugar a la colección que lleva el mismo nombre-, El carnaval de los sapos, Prohibido el elefante, y Todos los juegos el juego, entre otros, por el que recibió el Segundo Premio Nacional de Literatura Infantil, entre muchas otras distinciones. Además, fue jurado de múltiples concursos literarios nacionales y del Premio Casa de Las Américas, Cuba, 1989, y colaboró en revistas infantiles como Billiken y Humi.
“Cuando hoy temprano nos avisaron de la muerte de Gustavo Roldán sentimos muchas penas juntas. Por lo que Gustavo era como persona, como ser humano entrañable, culto, piola, rápido, despierto, amigo. Por lo que Gustavo era como escritor -narrador, poeta-, este chaqueño al cual, recorriendo nuestra Argentina, descubrimos que leían, querían, admiraban y tenía fans juveniles en todo el país”, expresó la SEA en un comunicado de prensa, institución donde Roldán integró varias comisiones directivas y junto a su mujer, Laura Devetach, defendía que la literatura para chicos es literatura, y punto. “Las obras tienen que ser para todos, no tiene que haber dos literaturas. Me crié en el monte escuchando historias y no había una diferencia: si había un grande, era para grandes, si había un chico, era para chicos”, había dicho en la misma presentación.
"En un mundo donde se derrumban los valores, todavía —creo, quiero creer—, todavía quedan los libros como un baluarte de la dignidad. Un libro es una llave, es una puerta que puede abrirse, es una habitación donde se encuentra lo que no se debe saber, es un ámbito de conocimiento de la verdad y de lo prohibido, que deja marcas que después no se pueden borrar”, dijo en la conferencia “La aventura de leer” en el marco del Congreso Mundial de Bibliotecas e Información IFLA 2004.
Se fue uno de los autores más grandes de literatura infantil. Como baluarte, como llave de la verdad y lo prohibido, como marcas que no se pueden borrar, para siempre quedarán sus libros.

Cruel historia de un pobre lobo hambriento
- ¿Y cuentos, don sapo? ¿A los pichones de la gente le gustan los cuentos?- preguntó el piojo.
- Muchísimo.
- ¿Usted no aprendió ninguno?
- ¡Uf! un montón.
- ¡Don sapo, cuéntenos alguno!- pidió entusiasmada la corzuela.
- Les voy a contar uno que pasa en un bosque. Resulta que había una niñita que se llamaba Caperucita Roja y que iba por medio del bosque a visitar a su abuelita. Iba con una canasta llena de riquísimas empanadas que le había dado su mamá...
- ¿Y su mamá la había mandado por medio del bosque?- preguntó preocupada la paloma.
- Sí, y como Caperucita era muy obediente...
- Más que obediente, me parece otra cosa- dijo el quirquincho.
- Bueno, la cuestión es que iba con la canasta llena de riquísimas empanadas...
- ¡Uy, se me hace agua la boca!- dijo el yaguareté.
- ¿Usted también piensa en esas empanadas?- preguntó el monito.
- No, no- se relamió el yaguareté-, pienso en esa niñita.
- No interrumpan que sigue el cuento- dijo el sapo; y poniendo voz de asustar continuó la historia-: cuando Caperucita estaba en medio del bosque se le apareció un lobo enorme, hambriento...
- ¡Es un cuento de miedo! ¡Qué lindo!- dijo el piojo saltando en la cabeza del ñandú-. A los que tenemos patas largas nos gustan los cuentos de miedo.
- Bueno, decía que entonces le apareció a Caperucita un lobo enorme, hambriento...
- ¡Pobre...!- dijo el zorro.
- Sí, pobre Caperucita- dijo la pulga.
- No, no- aclaró el zorro-, yo digo pobre el lobo, con tanta hambre. Siga contando, don sapo.
- Y entonces el lobo le dijo: Querida Caperucita, ¿te gustaría jugar una carrera?
- ¡Cómo no!- dijo Caperucita-. Me encantan las carreras.
- Entonces yo me voy por este camino y tú te vas por ese otro.
- ¿Tú te vas? ¿Qué es tú te vas?- preguntó intrigado el piojo.
- No sé muy bien- dijo el sapo-, pero la gente dice así. Cuando se ponen a contar un cuento a cada rato dicen tú y vosotros. Se ve que eso les gusta.
- ¿Y por qué no hablan más claro y se dejan de macanas?
- Mire mi hijo, parece que así está escrito en esos libros de dónde sacan los cuentos.
- Y cuando hablan, ¿También dicen esas cosas?
- No, ahí no. Se ve que les da por ese lado cuando escriben.
- Ah, bueno, no es tan grave entonces- dijo el monito-. ¿Y qué pasó después?
- Y entonces cada uno se fue por su camino hacia la casa de la abuela. El lobo salió corriendo a todo lo que daba y Caperucita, lo más tranquila, se puso a juntar flores.
- ¡Pero don sapo- dijo el coatí-, esa Caperucita era medio pavota!
- A mí me hubiera gustado correr esa carrera con el lobo- dijo el piojo-. Seguro que le gano.
- Bueno, el asunto es que el lobo llegó primero, entró a la casa, y sin decir tú ni vosotros se comió a la vieja.
- ¡Pobre!- dijo la corzuela.
- Sí, pobre- dijo el zorro-, qué hambre tendría para comerse una vieja.
- Y ahí se quedó el lobo, haciendo la digestión- siguió el sapo-, esperando a Caperucita.
- ¡Y la pavota meta juntar flores!- dijo el tapir.
- Mejor- dijo el yaguareté- déjela que se demore, así el lobo puede hacer la digestión tranquilo y después tiene hambre de nuevo y se la puede comer.
- Eh, don yaguareté, usted no le perdona a nadie. ¿No ve que es muy pichoncita todavía?- dijo la iguana.
- ¿Pichoncita? No crea, si anda corriendo carreras con el lobo no debe ser muy pichoncita. ¿Cómo sigue la historia, don sapo? ¿Le va bien al lobo?
- Caperucita juntó un ramo grande de flores del campo, de todos colores, y siguió hacia la casa de su abuela.
- No, don sapo- aclaró el zorro-, a la casa de la abuela no. Ahora es la casa del lobo, que se la ganó bien ganada. Mire que tener que comerse a la vieja para conseguir una pobre casita. Ni siquiera sé si hizo buen negocio.
- Bueno, la cuestión es que cuando Caperucita llegó el lobo la estaba esperando en la cama, disfrazado de abuelita.
- ¿Y qué pasó?
- Y bueno, cuando entró el lobo ya estaba con hambre otra vez, y se la tragó de un solo bocado.
- ¿De un solo bocado? ¡Pobre!- dijo el zorro.
- Sí, pobre Caperucita- dijo la paloma.
- No, no, pobre lobo. El hambre que tendría para comer tan apurado.
- ¿Y después, don sapo?
- Nada. Ahí terminó la historia.
- ¿Y esos cuentos les cuentan a los pichones de la gente? ¿No son un poco crueles?
- Sí, don sapo- dijo el piojo-, yo creo que son un poco crueles. No se puede andar jugando con el hambre de un pobre animal.
- Bueno, ustedes me pidieron que les cuente... No me culpen si les parece cruel.
- No lo culpamos, don sapo, a nosotros nos interesa conocer esas cosas.
- Y otro día le vamos a pedir otro cuento de esos con tú.
- Cuando quieran, cuando quieran- dijo, y se fue a los saltos murmurando-: ¡Si sabrá de tú y de vosotros este sapo!

EL CAMINO DE LA HORMIGA. GUSTAVO ROLDAN

 El halcón planeaba haciendo círculos en el cielo. En el enorme claro en medio del monte, las hormigas pasaban en una fila que no tenía comienzo ni fin. Iban marcando un camino que daba extrañas vueltas, giraba para aquí o para allá, y volvía a salir derecho hasta perderse en la distancia.

ant-ganjaEl sapo las miraba pasar, inmóvil. Ya tenía los ojos bizcos de tanto mirar.

-¿Qué está haciendo, don sapo? -preguntó el piojo, extrañado de verlo tan quieto y callado.

-Estudiando amigo piojo, estudiando.

-Solamente lo veo mirar hormigas.

-Eso es lo que estoy estudiando: a las hormigas.

-¿Y no se aburre? Mire que si hay un bicho aburrido es la hormiga. Todas iguales… todas iguales…

-¿Iguales? No crea amigo piojo. Eso es lo que estoy estudiando y descubriendo. Y creáme que vale la pena.

-Es lo último que yo haría en mi vida.

-Está bien, ¿pero alguna vez se dio cuenta de que hay hormigas de ojos chicos, de ojos grandes, de patas cortas, de peinado con raya al medio?

-¡Don sapo, no me diga que no son todas iguales!

-Sí le digo. Hay rubias y morochas, gordas y flacas, altas y petisas… Yo las voy contando y calculo cuántas hay de cada clase. Las que más me interesan son las hormigas cantoras.

-¡Rubias y morochas! ¡Altas y con raya al medio! ¡Jamás me hubiera imaginado! ¿Está seguro, don sapo?

-Tan seguro como que dos y dos son cinco.

-Lo que no me convence es que sean cantoras. Jamás las oí cantar.

-Es que cantan despacito, con voz de hormiga.

-¿Y cantan lindo?

-No me gusta hablar mal de nadie, pero me parece que son un poco desorejadas.

-Con razón cantan despacito -dijo el piojo-. Así nadie protesta.

-Pero además hay un misterio que me tiene preocupado. Nunca pude ver cual es la primera hormiga ni cual la última.

-Cierto, don sapo, uno siempre ve un montón que está pasando.

-¡Ya se juntaron de nuevo para hablar tonteras! -protestó la lechuza-. ¡Hormigas cantoras, hormigas con raya al medio! Nunca había escuchado tantas barbaridades.

-Usted no miró bien, doña lechuza, jamás la vi acercarse a una fila de hormigas.

-¿Se cree que estoy loca? Mire si me voy a bajar de mi tronco para mirar esos bichos. Tengo cosas más importantes para ocupar el tiempo.

-A mí me parece que cualquiera es importante –dijo el sapo-. Lo que pasa es que a usted le gustan los bichos famosos.

-¡Bah!, las hormigas son todas iguales. El que vio a una hormiga ya las vio a todas. Por eso me gusta el oso hormiguero, porque se las come y así no andan molestando.

-¿Molestando? ¿En qué la pueden molestar a usted?

 

-En que día y noche hacen esos horribles caminitos en el pasto. Lo dejan todo rayado. ¡Así no se puede vivir!

-Yo no cero que todas sean iguales.

-Claro que sí. Son todas iguales, como son iguales todos los piojos y todas las pulgas.

El sapo se quedó callado.

Al piojo se le pusieron los pelos de punta.

El silencio comenzó a molestar.

-¿Sabe doña lechuza? -dijo el sapo-, yo escuché que el puma decía que las lechuzas eran todas iguales.

-¡Está loco este puma! Cada lechuza es una cosa única que no se parece a ninguna otra. ¡Cómo va a decir eso el puma! ¡Este mundo está mal de la cabeza!

Y la lechuza, ofendida hasta más no poder, se fue volando hacia la otra punta del monte.

-Don sapo -preguntó el piojo-, ¿es cierto que el puma dijo eso?

-No, don piojo, nunca lo dijo. Uno se queda sin argumentos ante tanta estupidez y una mentira chiquita sirve para terminar la discusión.

Yo también pensaba como la lechuza, pero por suerte me puse a mirar. Fíjese en ésa, don sapo, esa de ojos marrones y raya al medio, la que va llevando al hoja de mburucuyá. ¡Qué fuerza tiene!

Entonces se oyó un aleteo que hizo temblar las hojas de los árboles y el halcón se posó al lado del sapo y el piojo.

-Amigo halcón, tanto tiempo sin verlo -saludó el sapo-. Me alegra muchísimo que haya venido a visitarnos.

-Vine a contarles una cosa linda.

-No hay nada mejor que las buenas noticias –dijo el piojo.

-Y es algo de este lugar.

-¿Sí? Cuente, cuente, a las buenas noticias no hay que hacerlas esperar.

-Ustedes estaban tan distraídos que no me vieron planeando en círculos desde hace larguísimo rato.

 

-Estábamos ocupados estudiando a las hormigas dijo el sapo.

-Yo estaba haciendo lo mismo –dijo el halcón.

-¿A usted también le interesan las hormigas? -preguntó el piojo.

-Sí, don piojo. Habrá visto que los halcones siempre hacemos grandes círculos en el cielo, y damos vueltas. ¿Nunca se preguntó porqué?

-No. Únicamente envidio y me muero de ganas de hacer lo mismo.

-A los halcones nos gusta planear dando vueltas sólo para ver el camino de las hormigas.

-Eso estábamos haciendo con don sapo. 

-Sí, pero ustedes ven un pedacito. Desde el cielo es un bellísimo dibujo, pero tan grande que desde el suelo no se puede ver. Mirando desde arriba uno se sorprende y no entiende cómo pueden hacerlo ni porque lo hacen.

-¡Ojo de halcón! ¡Cómo me gustaría ver esos dibujos!

-¿Le gustaría don piojo?

-Me pongo loco de sólo pensarlo. ¿Pero cómo hago?

-Ya mismo se va a dar el gusto. Vaya saltando a mi cabeza y nos vamos a dar una vuelta. ¿Y usted, don sapo no quiere volar al lado mío?

-Hoy no, estoy un poco cansado. Mejor sigo mirando con ojo de sapo.

EL halcón, con el piojo prendido a las plumas de su cabeza, remontó vuelo, y el sapo se quedó con las hormigas.

Y ahí están todos.

La lechuza volando bajito y murmurando: “No puede ser, no puede ser. Este mundo está loco”.

En el suelo el sapo diciendo:

-¡Añamembuí! ¡Jamás se me hubiera ocurrido cual era el secreto del vuelo de los halcones!

Y por allá arriba, donde apenas llega el canto de los pájaros, el halcón y el piojo vuelan en círculos, sin cansarse de mirar los dibujos del camino de las hormigas.

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