jueves, 8 de marzo de 2012

¡A GRITOS! Cuentos con Mujeres

Dos narradoras, Soraya Furfaro y Anyela Cuéllar, unen su voz en "A GRITOS" Cuentos con mujeres.
QUEREMOS CONTAR, QUEREMOS DECIR, QUEREMOS COMPARTIR NUESTRA HISTORIA, TU HISTORIA, LA HISTORIA DE OTRAS MUJERES.
Anécdotas, consejos y cuentos de autores latinoamericanos.
Los esperamos 9 y 10 de marzo a las 22 horas. En Del Mundo Café. Costanera de Viedma. Entrada $20
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Conjuros en voz alta
 (A Paqui)
 Pia Barros
Prepara al amante y lo extiende como otra sábana más para acogerla. Desnuda ya, toma el libro y en voz alta desgrana uno a uno los poemas. Las letras le alertan la piel hasta que los pezones se le encabritan.  
                                                                                                   
Se anexan los cuerpos y el sudor y los jadeos y él, trémulo, cree entrar en ella, pero son las palabras las que la convulsan y la estallan.     
                                                                
Ella abre la boca, vampiresca, para el beso feroz yfinal.                                                
Él aún no lo sabe, pero desde ahora jamás comprenderá tanto desgarro habitándolo cuando cabalgue otros cuerpos intentando repetirla.   

ÓRDENES
Le dice que se quede quieta, quietita, será sólo un momento, que suelte las manos rígidas, que separe las piernas, así, buenita, que respire por la nariz, abra los muslos, así, justo así, no dolerá nada. Después, el dentista ejecuta la extracción.
Pía Barros

Las pieles del regreso
( A Miguel Ángel Rojas)..............................................................
... Él amaba sus pechos anchos caídos como lenguas mansas sobre su abdomen abultado. Le gustaba recorrer su cuerpo lleno de curvas, de excesos, de pliegues, de blanda acogida. Tocarla era el presagio del placer y el abrazo le hacía perder los límites de su propia piel confundida en la de ella. Nada se comparaba a su cuerpo lleno de historias.
... El día en que se fue sin aviso, él se prosternó ante la desolación. Cada tarde fue un espiar por la ventana aguardando su regreso. Tres meses después, los conocidos golpecitos rítmicos lo estremecieron. Parecía ella, sólo que reducida, estirada, tensada como una cuerda. Buscó beber sus pechos, la abrazó, la desnudó lleno de besos y sentido, pero el hálito de goma, la dureza de sus caderas, el vientre plano.
... Cuando ella despertó, no pudo explicarse el cuerpo tan amado, balanceándose desde la viga principal. En los ojos del suicida se leía la orfandad.
                                                                           
Es que ella es portadora y lo ha contagiado: jamás podrá curarse del virus de la poesía.
Pía Barros.

 

El diablo es mujer

Eduardo Galenao

El libro Malleus Maleficarum, también llamado El martillo de las brujas, recomendaba el más despiadado exorcismo contra el demonio que lleva tetas y pelo largo. Dos inquisidores alemanes, Heinrich Kramer y Jakob Sprenger, lo escribieron, por encargo del Papa Inocencio VIII, para hacer frente a las conspiraciones demoníacas contra la Cristiandad. Se publicó por primera vez en 1486, y hasta fines del siglo dieciocho fue el fundamento jurídico y teológico de los tribunales de la Inquisición en varios países.
Los autores sostenían que las brujas, harén de Satán, representaban a las mujeres en estado natural: "Toda brujería proviene de la lujuria carnal, que en las mujeres es insaciable." Y demostraban que "esos seres de aspecto bello, contacto fétido y mortal compañía" encantaban a los hombres y los atraían, silbidos de serpiente, colas de escorpión, para aniquilarlos. Y advertían a los incautos, citando a la Biblia: "La mujer es más amarga que la muerte. Es una trampa. Su corazón, una red, y cadenas sus brazos."
Este tratado de Criminología, que envió a miles de mujeres a las piras de la Inquisición, aconsejaba someter a tormento a todas las sospechosas de brujería. Si confesaban, merecían el fuego. Si no confesaban, también, porque sólo una bruja, fortalecida por su amante el Diablo en los aquelarres, podía resistir semejante suplicio sin soltar la lengua.
El Papa Honorio III había sentenciado que el sacerdocio era cosa de machos:
- Las mujeres no deben hablar. Sus labios llevan el estigma de Eva, que perdió a los hombres. Ocho siglos después, la Iglesia católica sigue negando el púlpito a las hijas de Eva.
El mismo pánico hace que los fundamentalistas musulmanes les mutilen el sexo y les tapen la cara. Y el alivio por el peligro conjurado mueve a los judíos muy ortodoxos a empezar el día susurrando:
- Gracias, Señor, por no haberme hecho mujer.

 Edelmira Agustini

Ocurrió en Montevideo hace muchos años, exactamente en 1914, y ocurrió en una pieza de alquiler dónde un marido citó a su mujer, de la que estaba separado, y queriendo tenerla, queriendo quedársela... la amó y la mató... y se mató.
Publicaron los diarios uruguayos las fotos del cuerpo, del cuerpo de ella, tumbado junto a la cama... Edelmira Agustini, poeta, abatida por dos tiros de revólver, desnuda, como sus poemas, toda desvestida de rojo..."Vamos más lejos en la noche, vamos...", había escrito; y había cantado a las fiebres del amor sin pacatos disimulos; y había sido condenada por quienes castigan en las mujeres lo que en los hombres aplauden, porque la castidad es un deber femenino y el deseo es como la razón, un privilegio masculino. Y entonces ocurrió el sepelio, el entierro... Y ante el cadáver de Edelmira se derramaron lágrimas, creo que lágrimas de cocodrilo..., y frases, solemnes frases a propósito de tan sensible pérdida para Las Letras Nacionales que hoy viven un día de luto... Pero en el fondo, en el fondo los dolientes suspiraban con alivio..."la muerta muerta está y más vale así".
¿Pero muerta estaba esa muerta? ¿No son sombras de su voz y ecos de su cuerpo los amantes que en las noches del mundo arden? ¿No le hacen un lugarcito a Edelmira Agustini en las noches del mundo, para que cante su boca desatada y dancen sus pies resplandecientes?

Una mujer a la orilla del río

Llueve muerte.
En el moridero caen los colombianos por bala o por cuchillo,
por machetazo o por garrotazo,
por horca o por fuego,
por bomba del cielo o por mina del suelo.
En la selva de Urabá, en alguna orilla de los ríos Perancho o Peranchito, en su casa de palo y palma, una mujer llamada Eligia se abanica contra el calor y los mosquitos, y contra el miedo también.
Y mientras el abanico aletea, ella dice, en voz alta:
-Qué rico sería morir naturalmente.

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