Póngale cielo arriba, cielo por dos mitades.
Un rebaño de nubes, un árbol solitario, ponga una raya al medio,
pero lejos, muy lejos, y déjeme quedarme en soledad por mirarla.
Por ver atardecer, porque sí, para nada, por ver volver las tórtolas simples, crepusculares,
déjeme en esta orilla, donde miro hacia adentro
y donde me padece como un niño la sangre, déjeme ser la greda,
yo me conozco el aire, entre ser y no ser, me da por ser callada.
Un bulto de silencio donde el viento se queda demorado.
De piedra, detenido un instante, él siempre deja un poco de polvo compañero.
Un arenal de adioses, un bailarín cansado, a quien hace mil años llamamos remolinos.
Y hace girar, girando sobre un pie a la distancia.
Así se hace el paisaje, de mirar el origen, cielo arriba los ojos y debajo la sangre
Tengo si es por tener, los sagrados oficios, tengo de hacer el pan,
de amasarlo temprano, de taparlo a la hora que el sol trepa a los pájaros.
Y dejarlo que crezca como un fruto en octubre lentamente,
a la sombra patriarcal de los árboles. Tengo si es por tener la leña del quebracho
que me caldea el horno desde lo rojo al blanco.
Tengo que cuando vienen los míos de la lluvia, tengo pan
y me suenan a trigo las enaguas. Tengo que si lo pongo como un sol en la mesa
mis hijos parpadean, ríen encandilados
hasta que traigo humeando una ollada de locro,
y mi hombre parte el pan sobre su pecho grande y ahí entre sus voces laboriosas y lerdas
miro caer la luna en lentas rebanadas.
Entonces, si me acuerdo, al paso del recuerdo, me acuerdo de a pedazos,
me acuerdo y no me acuerdo, voy llenando los platos ausente del sonido,
como mirando atrás, como atrás del pañuelo, y mientras vuelco el frito de pimentón al rojo
siento que de repente se derrumba el olvido, ay...
Y una se pasa el año soñando con la albahaca.....
Pasa que nunca pasa, el año mujeriego, una anda de soltera
sin levantar los ojos, y aprende entre las viejas el tacto de los ciegos.
Una guarda en la oreja algunas picardías, picaduras de abejas
un cuento de velorio, siembra albahaca a orilla de la acequia sonora
hasta que el carnaval suelta todos los toros y más luego
el Pujllay fusila la tristeza y una no sabe nunca quien le ardió la pollera.
La cosa es que una tiene de azufre los sentidos, y ahí nomás de espaldotas cae a la primavera.
Es diablo el carnaval, sabe todas las mañas, pellizca en los fortines inocentes de harina,
le chaya al pobrerío tanta alegría simple, que el miércoles nomás todo queda ceniza.
Después, vienen los lloros, vuelve lo cotidiano y si hay suerte,
una tiene quien le ronde las casas, más rápido que pronto hay que parar el rancho,
porque viene el otoño cansando la vidala.
Todo para juntar los míos en la mesa y contar lo que tengo con los dedos del alma.
Fueron largas las lunas y los hijos crecieron y la muerte no pudo darnos vuelta la taba.
Esta es la hora linda, todo vuelve a su sitio,
transparente el recuerdo, se quiebra en las cucharas,
todo se me figura como rezar a solas,
y es como si comiéramos dentro de una campana.
Atrás la noche espera parada en los nogales.
Y un aroma de albahaca, pasa arriba en el viento.
ARMANDO TEJADA GOMEZ
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