"El bullerengue es lo mejor de mi vida": Etelvina Maldonado
Por Juan Ensuncho Bárcena
Doña Etelvina es una señora bajita, negra, de apariencia frágil. Parece que se fuera a quebrar en cualquier momento, mientras está callada o hablando. Pero cuando toma un micrófono en la mano y canta, pareciera que se fuera a quebrar el mundo a su alrededor. Tiene una voz fuerte, colorida y conmovedora. Su nivel de interpretación la hace una de las cantadoras insignes de nuestro país.
Doña Etelvina es una de las más importantes intérpretes de bullerengue, ritmo originario del Caribe Colombiano. Ella hace parte de una tradición consolidada en la isla de Barú, al occidente de Cartagena de Indias. Aprendió estos ritmos tradicionales por medio de su mamá en la población de Santa Ana, pero especialmente de Santos Valencia, jefa de un grupo de bullerengue en Arboletes (Antioquia), quien definió su camino como cantadora.
Tuve la inmensa fortuna de conversar con ella hace un par de años en Cartagena. De esa conversación he extraído el siguiente texto, con motivo del lanzamiento de su tercer trabajo discográfico, el primero como solista.
Mi nombre es Etelvina Maldonado de la Hoz, soy cantante y compositora de bullerengue. Nací en Santa Ana, Bolívar, el 26 de Abril de 1935. Santa Ana es un pueblo con el mar enfrente, ya que queda en la isla de Barú. De mi infancia lo que más recuerdo son los baños en la playa y el respeto por los mayores, porque antes se respetaba mucho. En ese entonces, en mi pueblo, las casas eran de madera - de palito que llaman -, el techo era de palma.
Comencé a cantar desde muy pelaita, pero cantaba boleros, rancheras y tango. Cuando fui creciendo vi que a mis padres y a mi familia le gustaba era el bullerengue, entonces fui abandonando el bolero, la ranchera y los tangos y me metí de lleno en lo mío. Recuerdo que mi mamá se iba para el bullerengue y nosotros nos quedábamos en la casa, entonces, cuando sabíamos que estaban allá le hacíamos huecos a las casitas, nos salíamos y nos íbamos pa donde estaba ella cantando bullerengue. Mi mamá se llamaba Pacha de la Hoz Cardale y era cantadora. Así que comencé a ponerle amor al bullerengue desde muy temprano, en mi propio pueblo.
Doña Etelvina es una señora bajita, negra, de apariencia frágil. Parece que se fuera a quebrar en cualquier momento, mientras está callada o hablando. Pero cuando toma un micrófono en la mano y canta, pareciera que se fuera a quebrar el mundo a su alrededor. Tiene una voz fuerte, colorida y conmovedora. Su nivel de interpretación la hace una de las cantadoras insignes de nuestro país.
Doña Etelvina es una de las más importantes intérpretes de bullerengue, ritmo originario del Caribe Colombiano. Ella hace parte de una tradición consolidada en la isla de Barú, al occidente de Cartagena de Indias. Aprendió estos ritmos tradicionales por medio de su mamá en la población de Santa Ana, pero especialmente de Santos Valencia, jefa de un grupo de bullerengue en Arboletes (Antioquia), quien definió su camino como cantadora.
Tuve la inmensa fortuna de conversar con ella hace un par de años en Cartagena. De esa conversación he extraído el siguiente texto, con motivo del lanzamiento de su tercer trabajo discográfico, el primero como solista.
Mi nombre es Etelvina Maldonado de la Hoz, soy cantante y compositora de bullerengue. Nací en Santa Ana, Bolívar, el 26 de Abril de 1935. Santa Ana es un pueblo con el mar enfrente, ya que queda en la isla de Barú. De mi infancia lo que más recuerdo son los baños en la playa y el respeto por los mayores, porque antes se respetaba mucho. En ese entonces, en mi pueblo, las casas eran de madera - de palito que llaman -, el techo era de palma.
Comencé a cantar desde muy pelaita, pero cantaba boleros, rancheras y tango. Cuando fui creciendo vi que a mis padres y a mi familia le gustaba era el bullerengue, entonces fui abandonando el bolero, la ranchera y los tangos y me metí de lleno en lo mío. Recuerdo que mi mamá se iba para el bullerengue y nosotros nos quedábamos en la casa, entonces, cuando sabíamos que estaban allá le hacíamos huecos a las casitas, nos salíamos y nos íbamos pa donde estaba ella cantando bullerengue. Mi mamá se llamaba Pacha de la Hoz Cardale y era cantadora. Así que comencé a ponerle amor al bullerengue desde muy temprano, en mi propio pueblo.
El bullerengue ha sido uno de los ritmos más celebrados y cultivados por la etnia afrocaribe. Está asociado a sus experiencias de cimarronaje, a la de defensa de sus identidades, a la expresión de su capacidad musical y a su vinculación a las festividades de la región. El bullerengue hace parte de los bailes cantados, en los que también están la tambora, el chandé, el berroche, la tuna tambora, el congo, el pajarito. El conjunto rítmico del bullerengue está conformado por el bullerengue sentado, la chalupa y el fandango.
Es una música, canto y danza que pertenece al género de bailes cantados o fandangos de lengua acompañado por tambores: macho, hembra y llamador con estructura del canto responsorial, es decir, una voz que canta y un coro que responde y un baile de parejas que se alternan. Tiene sus raíces en los lamentos de fecundidad africanos que llegaron al país con la infamia de la esclavitud. Algunos investigadores sostienen que “el bullerengue colombiano empezó cuando fue vetada la participación de embarazadas, viudas y mujeres de vida alegre en las fiestas estivales de San Juan y San Pedro. Ellas decidieron reunirse clandestinamente, en los patios de vecinos, y con tambor y palmas, bailaban e improvisaban versos”.
Viví en Santa Ana hasta los 15 años, edad en la que mi vida comenzó a cambiar. Nos vinimos a vivir en Cartagena porque mi mamá trabajaba acá, en casa de familia o haciendo el día. Cuando estaba sin trabajo se ponía a vender platanito por las calles. Ella nunca me puso a caminar detrás de ella: siempre me dejaba en la casa. Llegamos a vivir a Chambacú, cuando no era nada, un caserío apenas. Cuando desalojaron a la gente ya no vivía allí sino en Olaya. Pero si vivían unos hermanos míos, a quienes desalojaron.
Acá llegué hecha toda una señorita, hasta que me salí con mi primer compañero: Manuel Chaverra. Nos conocimos, nos enamoramos y nos escapamos para Quibdó, exactamente al barrio La Alameda. Ya yo tenía idea del bullerengue, sin embargo no hice música allí. Como no teníamos por qué perder el tiempo tuvimos cinco hijos. Se nos murieron dos y nos quedaron tres: Miguel, Manuel y Cenelia. Dos viven en Arboletes, Antioquia, el otro vive acá en Cartagena. En Quibdó vivimos once años, hasta que mi compañero cometió “la locura” con una muchacha y yo me devolví pa mi tierra otra vez.
Acá estuve dos años, después me fui un año a Necoclí (Antioquia), donde me conocí con Humberto Salgado Peña, con quien tuvimos cinco hijos más. Como es natural, tenemos muchos nietos, pero cada cual vive en su casa. Yo vivo solita con mi compañero, pasamos el día acompañados, pero en la noche estamos solos. Pero mejor les sigo con el cuento. De Necoclí nos fuimos para Arboletes. Allí me volví a pegar a la música, porque me encontré con una señora llamada Santos Valencia, que en paz descanse. Ella tenía su grupo de bullerengue y me dejó entrar. Con ella fue que comencé a viajar.
La primera persona que sacó al grupo de Santos Valencia fue Totó La Momposina, quien nos llevó a Barranquilla, a las playas de Salgar, a Montería y al Festival del Porro de San Pelayo. Cuando Totó se alejó de nosotros, llegó un señor de Medellín (se me escapa el nombre) y nos llevó cinco veces a esa ciudad. Hicimos presentaciones en universidades, teatros y en la Plaza más grande de Medellín. Cuando estábamos en Arboletes, siempre veníamos al Festival de Puerto Escondido, nunca nos perdimos un año. Con Santos Valencia no hicimos grabaciones porque andábamos sin productor, no teníamos quién nos abriera, quién nos diera a conocer… estábamos en nuestra parranda porque nos gustaba, pero no sabíamos nada de discos. En Arboletes viví 35 años, hasta que murió Santos Valencia y nos derrotamos como grupo. Allá quedaron algunas compañeras, pero yo me vine otra vez para Cartagena.
Etelvina hizo su aprendizaje, se hizo a camino entre las labores de subsistencia (era lavadora y planchadora de ropa) y el escaso tiempo sobrante para conocer la música que la atraía. Además debió enfrentar los prejuicios machistas de su comunidad. Afrontando siempre los cercos de la pobreza, Maldonado ha compuesto una obra en la que sobresale la sencillez y la espontaneidad de la interpretación.
Entre 2001 y 2002 hizo parte del grupo KASABE, un proyecto musical nacido en Cartagena para difundir la música tradicional costeña entre ellos ritmos como gaitas, chalupa, puya y otros géneros, con la base de un grupo de tamboreros, clarinete, saxofones y gaitas. Con este grupo hizo conciertos en Cartagena y Bogotá. En 2003 creó su propio grupo de música. Ha hecho parte del proyecto “Alé Kumá”, con quien grabó CANTAORAS, un trabajo discográfico que recoge el testimonio musical de mujeres del Caribe y el Pacífico.
Cuando regresé a Cartagena me encontré con Miguel Salgado, un joven pariente de mi esposo, quien me dio unas luces importantes sobre mi oficio de cantadora. Entonces le fui poniendo más cuidado al bullerengue y a Miguel se le ocurrió un proyecto que se convertiría en mi primer disco: KASABE. Esta grabación la hicimos acá en Cartagena hace como ocho años, yo intervine con dos canciones: “Juanita la remendona” y “Macaco”. En KASABE hay gaitas, bullerengues y un son que canta Estela y una señora que vive en Torices. Además están Stanley, Luchito, Migue, Orlandito y Arbolito, mis queridos muchachos.
Mi segunda grabación fue con el grupo Alé Kumá, en un disco que se conoció en todo el país llamado CANTAORAS. Ese asunto fue así: Ellos vinieron a Cartagena buscando a una persona que cantara bullerengues, Stanley les habló de mí, nos conocimos, nos acoplamos, yo les grabé un casette que se llevaron para Bogotá. Vieron que sí podían hacer la grabación y me vinieron a buscar. La grabación la hicimos en Bogotá con el difunto Batata. Fue una experiencia muy bonita, porque como yo todavía podía tomar ron, estaba inspirada. Tenía la garganta contenta, usted sabe, cuando uno se toma un trago tiene como más fuerza, más ánimo.
Ahora no tomo, me lo prohibieron, pero ahora de pronto le pido a la doctora que me autorice a ver si me tomo uno. Me gusta el ron, pero el ron añejo. Esos otros traguitos que hay por ahí no me gustan. Si me voy a tomar cinco tragos o una panchita de un anisado, mejor me tomo tres copas de añejo y ya, estoy contenta. Yo con dos tragos que me tomo ya, no necesito emborracharme. No es sino cuestión de darle ánimo a la garganta.
Es innegable la calidad artística y humana de esta señora de 71 años, abuela de muchos nietos, quien se precia de querer y darse a querer de sus compañeros de trabajo, siempre dispuestos a hacerla feliz. A continuación nos habla del difunto Paulino Salgado - más conocido como Batata -, de las CANTAORAS y músicos del proyecto Alé Kumá, así como de sus canciones incluidas en ese disco.
Con Batata nos conocíamos de muchos años, porque él era de Palenque y yo iba mucho allá. Además él es primo hermano del marido mío. Así que siempre estábamos tratando, era muy buena persona Batata. Los músicos de Alé Kumá son de Bogotá, pero no tengo queja de ellos: tratarme más bonito no han podido, nunca me han llevado a dormir a hotel cuando tenemos grabaciones, sino siempre en su casa. Con Benigna, Gloria y Martina (las otras cantaoras) nos queremos mucho, me mostraron mucho amor, mucho cariño, me siento muy contenta con ellas en ese disco. Mis canciones en CANTAORAS son: “¿Por qué me pegas”, “Si se quema el monte”, “Camisola” y otra que grabé – sin ser mía - fue “Negro mirar”.
“¿Por qué me pegas?” la compuse al ver a una señora que le estaba pegando a su hijo y yo me concentré en el modo del hijo hablarle a su mamá: con aquel dolor, con ese sentimiento… yo me fui grabando ese llanto, me lo fui grabando en la mente mía y lo fui componiendo en canción. De ahí saqué “¿Por qué me pegas?”. Yo conozco a la señora, era mi vecina, muy tratable, se llama Esther, de Arboletes. Ella no lo sabe, porque cuando yo la terminé de componer ya ella se había ido para Medellín, y cuando regresó yo estaba acá en Cartagena. De pronto ahora ha oído el CD porque yo le mandé el CD a mis pelaos. Esa canción la compuse hace rato, va a tener 21 años.
“Si se quema el monte” la compuse cuando se estaba quemando una paja en Arboletes, llegó un compañero y le dije: “Ñércole!, vea compañero que se va a quemá el monte”. Entonces él me dijo: “Nombe! Eso ahorita le sale otra vez, déjalo que llueva, vuelve y retoña”. De ahí me agarré. “Si se quema el monte” es una canción alegre, esperanzadora: No importa que se queme el monte, que el vuelve a retoñar. La compuse hace como 40 años. La había cantado en varias ocasiones, pero vuelvo y le digo, no le ponían aquel amor a la cosa, porque como ajá la estábamos cantando por ahí… pero ahora con el disco le puse amor a mi música.
“La camisola” la saqué de aquí de La Popa. Eso fue que una muchacha iba pasando y entonces una señora viejita le cogió la camisola y como eran amigas, le dijo jugando: “bueno, aquí es que me las va a pagá, va con su camisola arrastrá, con su pollerín afuera”. Entonces de ahí saqué la canción.
¿A qué le atribuye su inspiración?
Mis canciones son de inspiración divina. Yo misma cuando me concentro a cantar una canción, yo misma me siento… por ejemplo con “¿por qué me pegas?” yo lloro… cada vez que la canto, lloro. Pero cuando la grabé no lloré porque estaba bebiendo ron… esa es la cura. “¿Por qué me pegas?” traté de hacerla tal como el niño le lloraba a la mamá, por eso tiene esa tristeza. El niño le reprochaba a la madre: “¿Por qué me pegas mami si yo a ti no te he hecho nada? Si los otros pelaos me están molestando, yo no tengo la culpa”. Le pegaba con ese fuete tan duro... Yo traté de componerle la letra pa buscarle su acoteje. Es que cuando les van a convenir las músicas a uno, Dios le pone el entendimiento como debe ser.
Háblenos de algún suceso de su vida de artista que la haya marcado.
De muchos recuerdos que tengo en mi memoria, yo recuerdo muy especialmente la experiencia del Festival de las Artes en Cartagena. Me gustó mucho, porque me sentí muy querida. Yo no tengo queja de la organización en ninguna presentación. Mis compañeros siempre me las hacen disfrutar para que me quede un buen recuerdo. Pero en el Teatro Heredia me sentí especialmente feliz porque todo el mundo me dio alegría, además el escenario es muy bonito. He cantado varias veces más allí, pero esa primera vez fue muy especial.
¿Qué piensa de Petrona Martínez?
Petrona es mi gran amiga. Pero estoy resentía de ella, porque yo la llamo y ella no me llama. Eso me duele y me parece a mí que me le estoy metiendo en el corazón para que ella me quiera. Cantamos juntas una vez. Ella me invitó al Teatro y ahora que está ella con Rafael Ramos, hicimos juntas una presentación. Yo siempre he tenido la precaución de saberme sobrellevar las personas. No sé si ellas se sientan bien conmigo, pero yo sí me siento bien, porque yo trato de comprender a las personas en su canto y en su manera de ser.
¿Qué es el bullerengue para usted?
El bullerengue es una emoción grande para mí. Es lo mejor de mi vida. Yo espero que la juventud lo oiga y lo disfrute. Yo siempre que hago mis presentaciones les digo a los jóvenes que amen la música propia. Cuando yo vine al mundo, cuando yo abrí los ojos conocí fue el sexteto, el bullerengue y la música de viento. Eso le digo a los jóvenes: que no deben dejar perder nuestra música, porque esa es la propia música de nosotros los negros. Es la música de todo el que la aprecia, porque el que no la aprecia vive engañado y cuando trate de apreciarla ya no sirve. Mi música es esta y les he dicho a mis hijos que el día que me muera, que Dios me recoja, que no me guarden luto… que me lleven al cementerio con bullerengue, con sexteto, con gaitas… si hay música de viento, como sea… y que dentro del ataúd, al costado mío, me metan una “panchita” de ron Medellín destapada (risas)… para llevármela en el recorrido.
¿Ha cambiado mucho el bullerengue con los años?
Cuando yo abrí los ojos el bullerengue era cantado apenas por mujeres, los tambores si los tocaban los hombres. El baile lo hacía una pareja: Hombre-Mujer. El uniforme no era blanco como hoy, sino de flores, cuando se usaba la tela de flores. Había de distintas clases: yoryét, tamina, otomana, la resina, la seda fría, sal y pimienta, el gró… esas telas eran de flores… toda de arriba a bajo, lo único que se le ponía en el rizado del pecho era una cinta, blanca si la blusa era roja. Así mismo era la falda. Yo tengo mis faldas de colores fuertes, como los de antes. Con una flor en la cabeza, cualquiera…
¿Cartagena ha sido el lugar apropiado para desarrollar su carrera?
Si Cartagena tuviera en su corazón el bullerengue, sonara por todos los barrios. Pero aquí no suena el bullerengue en ninguna parte de los barrios de la ciudad. Yo no he ido a ningún barrio en Cartagena donde me digan: “oí un tambor y era bullerengue”… me dicen “oí un tambor y era danza…oí un tambor y era gaita”… pero bullerengue no me dices. Entonces el amor al bullerengue se siente es en Santa Ana, se siente en Palenque, en Puerto Escondido… en esas partes así, porque ahí sale uno y el día que le da la gana se sienta en la puerta y formaliza su parranda de bullerengue, en cambio aquí no lo he visto. Aquí nunca he visto en la puerta de un barrio tocando un bullerengue.
¿Va muy seguido a su pueblo?
Tengo como tres años que no voy a Santa Ana. Porque el respeto de antes ya no se da, la juventud de hoy no respeta. Además, mi pueblo ha cambiado mucho porque era de pajita. Ahora no tiene nada de palma: todo es de material.
Fuente:
http://ensuncho.blogspot.com/2006/04/el-bullerengue-es-lo-mejor-de-mi-vida.html
http://ensuncho.blogspot.com/2006/04/el-bullerengue-es-lo-mejor-de-mi-vida.html
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